lunes, 9 de diciembre de 2013

"Cada quien sus muertos..."

Cada vez que alguien muere, las redes sociales salen a relucir todo tipo de recordatorios, pensamientos, frases, datos y memorias de la persona que ha muerto y aunque las intenciones son buenas y por ahí se dice que el camino al infierno está lleno de ellas, la verdad es que reflejamos en las redes y en nuestras prioridades, nuestras reales necesidades de información, ideales e intereses; la falta de conocimiento y la total desinformación de lo que sucede realmente en el entorno personal nos sigue manteniendo como esa masa maleable que se mueve al antojo de la ignorancia, el desinterés general y la falta de solidaridad.

Nelson Mandela murió hace apenas unos días y todo mundo lo recuerda como el gran sinónimo de lucha por la libertad, otros, copian y pegan frases o fotos con pensamientos sobre el líder sudafricano, y otros, los más, ni siquiera saben lo que significa la palabra “Apartheid” y cuál fue la relación de éste término con el fallecido, ya no hablemos de la situación que lo mantuvo preso, otros líderes sudamericanos que también lucharon por la libertad y fueron asesinados; lo que siente y piensa el pueblo sudafricano de su líder, la influencia hacia el mundo en el ámbito político y el culto y homenaje que se le rindió en vida y ahora en muerte.

Otro ejemplo: La muerte del actor Paul Walker. Las redes sociales enloquecen y lloran por la muerte violenta de una celebridad estadounidense, difícilmente han visto la mayoría de su filmografía o pueden nombrar cinco películas, pero como su muerte ocurrió con un accidente automovilístico y fue famoso desde hace una década por la serie de películas de autos llamada “rápido y furioso” la cual gustó en México en demasía porque aquí también existen muchos fanáticos de los coches e imitan “tunear” sus carros para que sean más rápidos, veloces y llamativos (a nivel muy “piojito furioso”, claro) pues prácticamente se convierte en una tragedia internacional donde también se repostean fotos con pensamientos, logros  y en la mayoría, datos (inútiles) sobre la vida y obra del actor que la televisión aprovecha y llena de noticias sobre su autopsia y películas que lo catapultaron a la fama (por supuesto, las películas dobladas al español para que el auditorio no se esfuerce en nada, como leer subtítulos).

Ambos temas fueron (o son) las principales tendencias de las redes y ambas muertes, son lamentables: La primera, casi esperada por más de un año por el delicado estado de salud propia de un anciano y la otra sorpresiva o inesperada, pero de verdad: ¿Qué necesitan tener los muertos de México para recibir tal solidaridad, apoyo aunque sea moral e interés por parte de sus mismos compatriotas?; ¿por qué no se lloran las muertes de niños a causa de la pobreza con tal intensidad?; ¿por qué no se interesan por los accidentes automovilísticos que también cobran vidas en su propia ciudad?; ¿por qué es propio de burla que López Obrador termine en el hospital por un pre-infarto independientemente de si estamos de acuerdo o no con él, pero nadie sabe ni dice nada cuándo Alonso Lujambio, un día antes de morir por cáncer, tomó protesta como senador y como resultado de su muerte, su viuda y sus hijos reciben desde hace más de un año, pensiones de entre doce y quince mil dólares?; ¿cómo es posible que nos indignen las muertes de otros países más que las propias?; ¿qué palabras, actitudes o posturas merecen las personas que no se interesan para nada por los verdaderos tópicos de interés del país y hasta aplauden y glorifican la muerte de quién les ha escupido la cara por años como un senador?, ¿en qué momento nos convertimos en un pueblo escupido, meado y pateado que besa la mano de quien le pega y no hace nada para cambiar esa condición?

Y encima de todo, seguimos indiferentes con lo que pasa o con lo que sufre el vecino: Si se le roba, si se le asalta o si se le secuestra, el único dedo que movemos es el que activa la cámara del teléfono para grabar el momento y al narrarlo, nos quejarnos de que nadie hace nada como si el que grabara fuera invisible o impotente para detenerlo o hacer algo. Le tenemos miedo a todo: A perder desde un estilo de vida que no nos deja nada hasta la vida misma de la que no hacemos nada; nos aterra la idea de ser el esclavo que se levanta y rompe la correa y parece ser que anhelamos la permanencia de seguir con actitudes apáticas y sumisas.


Se aprueban reformas que madrean al país, se incrementan impuestos, se sube la gasolina, los insumos, la materia prima, se nos excluye en lo laboral, en la salud, en lo cultural, en la libertad de expresión, nos escupen a diario los políticos de todos los colores cuando se les encuentra que se robaron nuestro dinero, se comprueba con estudios serios que se trabaja demasiado y se paga tan poco y encima estamos convencidos de agradecer por eso y nuestra máxima preocupación es el fútbol, los espectáculos, la moda y el nuevo modelo de teléfono. Hemos vivido con la bota en el cuello por décadas, y si alguien se la intenta quitar, quienes están en las mismas condiciones se burlan y lo tildan de inadaptado y quieren convencerlo de que así tienen que ser las cosas, de que así han sido siempre y que uno es muy pequeño para cambiar algo; entonces ¿a quién le lloras Mexicano?; ¿qué nombre trae pintada la veladora que prendes?; da coraje saber y comprobar que somos un país que no está dispuesto a morir por nada y que la causa de nuestros llantos vienen de afuera, reflexiona y piensa: Si sabes o tienes una idea de qué pasa en realidad, ¿a qué muerto lloras?

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