Cada vez que alguien muere, las redes sociales salen a relucir todo tipo de
recordatorios, pensamientos, frases, datos y memorias de la persona que ha
muerto y aunque las intenciones son buenas y por ahí se dice que el camino al
infierno está lleno de ellas, la verdad es que reflejamos en las redes y en
nuestras prioridades, nuestras reales necesidades de información, ideales e intereses;
la falta de conocimiento y la total desinformación de lo que sucede realmente
en el entorno personal nos sigue manteniendo como esa masa maleable que se
mueve al antojo de la ignorancia, el desinterés general y la falta de
solidaridad.
Nelson Mandela murió hace apenas unos días y todo mundo lo recuerda como el
gran sinónimo de lucha por la libertad, otros, copian y pegan frases o fotos
con pensamientos sobre el líder sudafricano, y otros, los más, ni siquiera
saben lo que significa la palabra “Apartheid” y cuál fue la relación de éste
término con el fallecido, ya no hablemos de la situación que lo mantuvo preso, otros
líderes sudamericanos que también lucharon por la libertad y fueron asesinados;
lo que siente y piensa el pueblo sudafricano de su líder, la influencia hacia
el mundo en el ámbito político y el culto y homenaje que se le rindió en
vida y ahora en muerte.
Otro ejemplo: La muerte del actor Paul Walker. Las redes sociales
enloquecen y lloran por la muerte violenta de una celebridad estadounidense,
difícilmente han visto la mayoría de su filmografía o pueden nombrar cinco
películas, pero como su muerte ocurrió con un accidente automovilístico y fue
famoso desde hace una década por la serie de películas de autos llamada “rápido
y furioso” la cual gustó en México en demasía porque aquí también existen
muchos fanáticos de los coches e imitan “tunear” sus carros para que sean más
rápidos, veloces y llamativos (a nivel muy “piojito furioso”, claro) pues
prácticamente se convierte en una tragedia internacional donde también se
repostean fotos con pensamientos, logros
y en la mayoría, datos (inútiles) sobre la vida y obra del actor que la
televisión aprovecha y llena de noticias sobre su autopsia y películas que lo
catapultaron a la fama (por supuesto, las películas dobladas al español para
que el auditorio no se esfuerce en nada, como leer subtítulos).
Ambos temas fueron (o son) las principales tendencias de las redes y ambas
muertes, son lamentables: La primera, casi esperada por más de un año por el
delicado estado de salud propia de un anciano y la otra sorpresiva o inesperada,
pero de verdad: ¿Qué necesitan tener los muertos de México para recibir tal solidaridad,
apoyo aunque sea moral e interés por parte de sus mismos compatriotas?; ¿por
qué no se lloran las muertes de niños a causa de la pobreza con tal
intensidad?; ¿por qué no se interesan por los accidentes automovilísticos que
también cobran vidas en su propia ciudad?; ¿por qué es propio de burla que
López Obrador termine en el hospital por un pre-infarto independientemente de
si estamos de acuerdo o no con él, pero nadie sabe ni dice nada cuándo Alonso Lujambio,
un día antes de morir por cáncer, tomó protesta como senador y como resultado
de su muerte, su viuda y sus hijos reciben desde hace más de un año, pensiones
de entre doce y quince mil dólares?; ¿cómo es posible que nos indignen las
muertes de otros países más que las propias?; ¿qué palabras, actitudes o
posturas merecen las personas que no se interesan para nada por los verdaderos
tópicos de interés del país y hasta aplauden y glorifican la muerte de quién
les ha escupido la cara por años como un senador?, ¿en qué momento nos
convertimos en un pueblo escupido, meado y pateado que besa la mano de quien le
pega y no hace nada para cambiar esa condición?
Y encima de todo, seguimos indiferentes con lo que pasa o con lo que sufre
el vecino: Si se le roba, si se le asalta o si se le secuestra, el único dedo
que movemos es el que activa la cámara del teléfono para grabar el momento y al
narrarlo, nos quejarnos de que nadie hace nada como si el que grabara fuera
invisible o impotente para detenerlo o hacer algo. Le tenemos miedo a todo: A
perder desde un estilo de vida que no nos deja nada hasta la vida misma de la que
no hacemos nada; nos aterra la idea de ser el esclavo que se levanta y rompe la
correa y parece ser que anhelamos la permanencia de seguir con actitudes
apáticas y sumisas.
Se aprueban reformas que madrean al país, se incrementan impuestos, se sube
la gasolina, los insumos, la materia prima, se nos excluye en lo laboral, en la
salud, en lo cultural, en la libertad de expresión, nos escupen a diario los
políticos de todos los colores cuando se les encuentra que se robaron nuestro
dinero, se comprueba con estudios serios que se trabaja demasiado y se paga tan
poco y encima estamos convencidos de agradecer por eso y nuestra máxima
preocupación es el fútbol, los espectáculos, la moda y el nuevo modelo de
teléfono. Hemos vivido con la bota en el cuello por décadas, y si alguien se la
intenta quitar, quienes están en las mismas condiciones se burlan y lo tildan
de inadaptado y quieren convencerlo de que así tienen que ser las cosas, de que
así han sido siempre y que uno es muy pequeño para cambiar algo; entonces ¿a
quién le lloras Mexicano?; ¿qué nombre trae pintada la veladora que prendes?;
da coraje saber y comprobar que somos un país que no está dispuesto a morir por
nada y que la causa de nuestros llantos vienen de afuera, reflexiona y piensa: Si
sabes o tienes una idea de qué pasa en realidad, ¿a qué muerto lloras?
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